Supongo que luego vino el quererte y hablar hasta la madrugada, los nervios de verte y las sonrisas por las notas debajo de la almohada, aquello de sentirme vulnerable cuando salías por la puerta y fuerte cuando me acorralabas contra la pared hasta que te diera un beso. Ponerme tu ropa siempre me gustó, pero lo de suspirar cuando mis muñecas olían a ti también llegó después, junto a toda esta cursilería y los comentarios de la gente cuando llegábamos a un sitio cogidos de la mano y nos íbamos echando hostias a cualquier otro lado en tu coche, esa pequeña porción de rock'n'roll desde donde la Luna parecía brillar más, aunque para el caso que le hacíamos, ¿qué más daba?

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