Gainsbarre

Cuando el pájaro-que-da-cuerda reproduce su ric-ric el mundo entero se acelera durante un segundo, como por arte de magia y sin saberlo. Durante un segundo el océano se vuelve de un azul más intenso, en ese mismo se encuentran nuestras miradas, devaneciéndose quedando en la nada que ya suponen las hojas caídas el otoño pasado, a pesar de haber formado una alfombra crujiente por la que pasear en las tardes donde la realidad quedaba alejada gracias a unos versos mentales que no llegaban a ser recitados, todo acompañado por una fría cerveza para congelar las sensaciones moribundas que se alojan en los recovecos del deseo a algo.


Esto tan solo corresponde a los anhelos nunca llegados a existir de alguien que no sabe ni avanzar en línea recta durante un día lluvioso y espera encontrarse con la inspiración mientras escucha francés impartido. 

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